De las palabras a los hechos

Saúl Gherscovici



El asesinato en Córdoba de Susana Montoya, viuda de un subcomisario secuestrado y desaparecido en 1979 por sus propios compañeros de la fuerza, es uno de los casos más graves de violencia política que se produjeron desde el retorno a la democracia en 1983.

El hijo de Susana, Fernando Albareda, denunció en diciembre pasado que había recibido amenazas de muerte contra él y su familia. El asesinato de su madre y las pintadas que dejaron quienes cometieron el crimen pueden, incialmente, relacionarse con aquellas advertencias recibidas a fines del 2023.

Cuando el militante de Hijos de Córdoba hizo públicas esas amenazas, se multiplicaron en redes los mensajes que minimizaban el hecho o lo vinculaban con un acto de propaganda de los "zurdos de mierda", para utilizar palabras que habitualmente el presidente Javier Milei elige y repite para (des) calificar a todos los que no piensan y proceden como él.

Con el asesinato concretado, lo que primó fue el silencio.

Esta falta de comentarios por parte de los anteriormente efusivos calificadores de la denuncia inicial, llegó hasta el vocero presidencial. Manuel Adorni, que el lunes no utilizó ni un segundo de la primer parte de su conferencia diaria, aquella en la que baja los hechos que el gobierno quiere imponer en agenda, para condenar el hecho.

El silencio solo se rompió cuando fue consultado. Allí, el vocero apeló a la clásica "vamos a esperar el accionar de la justicia", respuesta que no se da cuando, por impulso propio, condena ataques ínfimos que reciben quienes piensan como el gobierno, ya sea en el país o en el exterior.

Las visitas

El asesinato de Montoya no puede solo relacionarse con las amenazas sino con un particular momento que se está viviendo, que no es otro que el del negacionismo que ahora intenta ser reparador de una historia ya juzgada, heroicamente, por la propia justicia y sociedad argentina.

En ese contexto sobresale la visita de 6 diputados nacionales de La Libertad Avanza a genocidas y represores, a quienes fueron a ver "por casusas humanitarias". La presencia de los legisladores nacionales en el penal de Ezeiza aún no fue condenada institucionalmente, es decir por toda la Cámara de Diputados de la Nación.

En las nada convincentes explicaciones que dieron algunas diputadas se destacan algunas como: "Fuimos engañadas" porque "no sabíamos a quienes íbamos a visitar". La más insólita y burda la dio Lourdes Arrieta, que dijo que se enteró que se había reunido con Alfredo Astiz luego de la reunión, porque ella no sabía quién era, ya que "nací en 1993", aseguró, mientras se acomodaba el patito que generalmente usa sobre su cabeza.

El propio Adorni, que es mucho más leído y en teoría intelectualmente preparado que la diputada mendocina, ante una consulta sobre si era conveniente impulsar la utilización de las Fuerzas Armadas en futuros hechos terroristas, dijo que cuando esos mismos militares llevaron adelante la más sangrienta dictadura el tenía "menos 4 años".

Se trata de una construcción semántica de los mismos creadores de "vengo de un futuro apocalíptico como ´Terminator´ para evitar el socialismo", entre otras de enorme éxito e interrogación. Son muy raros estos tiempos que corren donde los que dicen que vienen del futuro no conocen ese pasado que, en la práctica, vivieron o debieron haber estudiado y conocido para llegar a esos cargos.

Las palabras

El gobierno nacional, como bien explicitó Milei en la campaña electoral, vino a dar una batalla cultural que libra desde el primer día. A la luz de los hechos, hay que decirlo con vergüenza y lástima, le está yendo bien. Primero porque, pese a su propuesta de destrucción del Estado y de las instituciones argentinas, ganó legítimamente las elecciones, luego porque pese a los claros desaciertos económicos, aún la mayoría de la población, la que sufre "el mayor ajuste de la humanidad", espera que la situación mejore.

El primer acierto para librar la batalla cultural no fue otro que apropiarse de una de las más bellas y simbólicas palabras que existen y existirán como es, nada más y nada menos, que la libertad. Esa a la que, incluso, le están cambiando el sentido, el vuelo y hasta el sabor.

Además del desguace del Estado, el negacionismo y la negación, el gobierno siguió avanzando sobre las libertades, las construcciones colectivas, las palabras y el lenguaje que las contiene. Así la gestión que dice que impulsa la libertad, prohibió el uso del lenguaje inclusivo en los documentos oficiales, algo que fue en línea con la eliminación del ministerio de Mujeres y Géneros y el cierre del INADI.

Ahora se conoció que el gobierno, en función de la denuncia del director audiovisual Goyo Anchou, prohibió películas que critiquen la dictadura, incluyan a Lali Espósito, o contengan temáticas LGTB, feminismos o defensas del anterior gobierno.

Los trabajadores del INTA, previamente, habían denunciado que no podían utilizar términos como "agroecología", "cambio climático", "biodiversidad", "género", "sustentabilidad", entre otras.

Con la prohibición de esas palabras se busca desaparecer definiciones, personas e identidades que van a contramano de la "historia y la civilización occidental y capitalista", que el gobierno, entiende y sostiene, todos los argentinos/as abrazamos al haberlo elegido con el 56% de los votos del ya pasado pero histórico balotage.

En la Argentina deberíamos tener más presente lo que vivimos en los 90, cuando se impulsó y se concretó la desaparición de empresas del Estado, y mucho más lo que sucedió entre 1976 y 1983, cuando lo que se desaparecieron no fueron solo palabras sino personas.

¿Será mucho pedir, en este tiempo negacionista y negador que corre, un poco de memoria, comprensión y estabilidad, que no solo debe requerirse para lo económico, sino también para lo social y su construcción colectiva?

Ya lo dijo alguien que sabe un poco más que el resto y no por haber venido del futuro, sino por el indagar sobre el pasado y así saber que nos pasa en el presente: «Las palabras tienen un poder mágico. Pueden traer la mayor felicidad o la desesperación más profunda», aseguró mientras limpiaba su pipa, Sigmund Freud.

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