Se cumplen 32 años de la muerte del humorista, Alberto Olmedo

El sábado 5 de mazo de 1988, a las ocho de la mañana, Alberto Olmedo caía desde el balcón de su departamento marplatense, en el piso 11 de un edificio frente al océano. Su muerte cerró una etapa en el humor argentino.

 

El teatro, ese que lo acogió de adolescente, también fue su despedida. Alberto Olmedo, a sus 54 años,  trabajó siempre a  sala llena tanto en Buenos Aires como en Mar del Plata, junto a Susana Giménez y Moria Casán, entre tantas divas.

Hasta que llegó la temporada marplatense 1987/1988. Era un éxito que obligaba a poner el cartel de “No hay más localidades”, en la boletería del Teatro Tronador. De la pantalla de Canal 9 directo al escenario, en “Éramos tan pobres”, junto al Facha Martel, Susana Romero, Beatriz Salomón y Silvia Párez (“las chicas Olmedo”).

Tal era el suceso que a comienzos de marzo seguía siendo difícil conseguir entradas para las funciones principales.Como la del viernes 4, que sería su despedida.

Se cerró el telón, se apagaron las luces del escenario y Olmedo cambió la sonrisa por ese gesto serio que la acompañaba desde hacía años. Tal su costumbre, fue a cenar al ya desaparecido restaurante Zavalita, junto a Hugo Sofovich y al productor Carlos Rottemberg, para acordar que “Éramos tan pobres” iba a continuar el resto del año en la porteña avenida Corrientes.

Después del café, Olmedo se subió a un taxi para hacer las pocas cuadras que lo separaban de su departamento en el edificio Maral 39, sobre Boulevard Marítimo al 3700. Allí, en el piso 11 donde tenía todo el mar para sus ojos, lo esperaba su pareja, Nancy Herrera, con quien había superado una crisis. Esa noche, según contaría Herrera después de la tragedia, le contó que estaba embarazada y que el bebé -el sexto hijo del Negro- se llamaría Alberto. Hoy tiene 31 años.

La broma del final

Lo que siguió, la pérdida del gran cómico, tendrá siempre un halo de misterio. El juez Pedro Hooft calificaría el caso primero como “Muerte dudosa” y luego como “Muerte accidental”. La conclusión es que Olmedo, tal vez feliz por la noticia de su paternidad y con, al menos, un par de copas de champagne encima, se subió “a caballito” a la baranda del balcón. El sol, después de una noche húmeda, a las 8 de la mañana ya le había ganado a la bruma.

Hubo un grito, otro más de una voz femenina, y un par de segundo más tarde el cuerpo de Olmedo se estrellaba 40 metros abajo en los jardines del Maral 39, para sorpresa de varias personas que habían salido a correr por las amplias veredas del Boulevard Marítimo.

El Negro murió en el acto. Su mamá, Matilde, la que lo mimaba en el conventillo del Barrio Pichincha, lo siguió al día siguiente, cuando su corazón no soportó la noticia de haber perdido a su famoso hijo.

Probablemente fue el último capómico, al que le hubiera gustado interpretar en el cine a Faustino Bertoldi, el cónsul argentino en un país africano que imaginó Osvaldo Soriano en su novela “A sus plantas rendido un león”. Incluso confió a sus amigos que tenía unos ahorros para invertir en ese proyecto.

Dejó un lugar vacío pero también el recuerdo en tantos que crecieron tomando la leche junto a él y se rieron con El Manosanta. Como Fito Páez, rosarino como Olmedo, que lo despidió de su ídolo en la letra de “Tema de Piluso”:

“Vida, tu vida fue una hermosa vida,

tu vida transformó la mia

y esto es verdad… (…)

Nada nos deja más en soledad

que la alegría si se va.

Volar, volar, volar, volar, volar…

Cómo es Alberto volar al más allá”.

Fuente: Telám
 

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